Con el corazón aquerenciado al barrio y la sangre “bien roja” repasamos cual poema una historia que en cada verso derrama la pasión y sentimiento de las locuras de amor de Julio Toyos.
Aclarando que “soy un dinosaurio de 83 años”, los primeros recuerdos del ‘Poeta’ con el básquet se pueden presentar cual película Western: corría el año 1947 cuando Goes se consagró campeón. Allí comenzaría una historia de amor interminable hacia el misionero, pero que más allá de copas y triunfos “lo que me quedó marcado como a cincel fue la hinchada que el club tenía”.
Pocos años después, al mudarse a Isla de Gorriti y Defensa se fue arrimando más a Plaza de las misiones, momento en el que, si ya era hincha de Goes, lo terminó de confirmar, así como su pasión por Sud América, no solo por el sentimiento que ya tenía, sino por dónde vivía, por la esencia del barrio. “Era la época del arraigo barrial hasta la médula. La gente era loca por las cosas del barrio, el que no era de Goes, no era de nadie. Todos eran de Sud América y de Palan Palan, la comparsa del barrio”.
El correr de los años, los planteles modestos y le hegemonía del Welcome de Oscar Moglia pospusieron el grito de “Dale Campeón” por Goes, aunque Toyos recuerda con mucho cariño el ’58, cuando “por primera vez el Palacio Gastón Güelfi estuvo repleto hasta reventar” en un encuentro ante la W que con gran planeamiento se llevaron.
Sufrimiento, esfuerzo, y mucho trabajo son palabras que define de gran manera al misionero y su gente, y aunque tal vez sea difícil expresarlo en palabras, Toyos encontró en las del Dr. Patrón hace ya varios años la definición de ser hincha: “Me dijo: Mirá Julio, nosotros somos hinchas de Goes, y si hubiera sido un equipo de bowling, íbamos a ser de Goes en bowling. No somos hinchas del básquetbol, somos hinchas de Goes, de una pasión inalterable, y no nos enriquecen, ni nos entristecen las victorias o derrotas. Todo forma parte de nuestro temperamento”.
Ya que la mejor manera de hablar es con el ejemplo, nos vinimos en el tiempo unos casi 60 años. Caímos en el 2006, año en que Goes descendió, pero con la cabeza en alto, tras ganar el “clásico de la dignidad”, como Toyos lo describe, “y el más grande de la historia”. Con un equipo casi descendido y ante un tradicional rival muy fuerte que “además en forma de broma llevó globos negros, como si fuera un velorio”, los de Plaza de las misiones ganaron con dos libres de Federico Haller. “Pese a descender y que no fue un buen año, ganamos el clásico, dejamos todo y más. Yo creo que el Doctor Patrón se refería a eso cuando me lo dijo; no ganaremos mucho, pero somos de Goes, nuestra sangre es roja, y la sangre de cada persona es del color de su camiseta, gane o pierda, y eso es algo que no puede revertir”.
Si de sangre hablamos, a veces tira y nos hace hacer alguna locura. Aunque el poeta confiesa que “siempre me gustó vivir en offside y adelantarme, no hice grandes locuras, más bien corduras”, tuvo alguna que otra interesante. Por ejemplo, gran parte de su vida la vivió en Brasil, alejado de su gente, y lo principal, el club. Un día le dijeron que jugaban contra Reducto en segunda, agarró dos maletas, y se vino a Montevideo. Con un vuelo un tanto demorado y el partido comenzado, se dio una peculiar conversación con el taxista: “- Toyos, ¿a la cancha de Reducto? – Si, sí. A la cancha de Reducto. – ¿Tiene algún familiar que viva por ahí? – No, pero apúrese que está jugando Goes”. Al llegar, si algo le faltaba a la odisea era que solo tenía dólares y cruzados (ya que el Real no existía aún). “Cuando logré entrar me puse detrás de un aro, en la tribuna que no había nadie. No quería confundirme y sentarme en la de Reducto”, dice alegre, contando que en un momento “un juez se me arrimó y me dice: Julio, ¿usted no estaba en Brasil? – Estaba, pero vine a ver a Goes”. Así, sentado en la tribuna y con sus dos maletas cumplió con una verdadera locura.
Si de partidos hablamos, los clásicos no pueden quedar fuera. Aunque son incontables los que ha presenciado, tiene bastante fresco en la memoria el último en el que triunfaron con la exuberante actuación del Enano Martínez: “Normalmente el que tiene más plata gana, pero en los clásicos la camiseta está por delante en esos partidos”. Aunque comenta no tener cábalas, le gusta cruzar toda la cancha y saludar a sus jugadores para apoyarlos. “A los otros también. Se ve que inspiro cierto respeto en ellos, y ellos en mi por ser mi tradicional rival, y los saludo”.
“Ahí no gana el mejor, gana el que haya sido mejor en ese partido específico. No son juegos normales, se juegan con el corazón, la garra y el temperamento”, agregó al tema.
Yo no soy fanático, soy adicto. Así como hay personas adictas al alcohol o la cocaína, yo soy adicto a Goes.
Canchas neutrales llenas, color, canticos y fiesta es el ambiente que estamos acostumbrados a ver, Julio prefiere que todo ocurra en cancha de cada uno, “aunque sea sin parcialidad visitante”. Si bien la situación lo conformaría, acepta que “me duele este básquet, me angustia ver esto”.
Conocedor de nuestras ligas y como alguien que vio el proceso que el deporte ha tenido en nuestro país, Toyos hizo una reflexión sobre el tema y la angustia que siente: “Desapareció el básquetbol barrial, el verdadero Metro. Iban los clubes de barrio con su gente, sus vecinos. Cuando el básquet era así, Goes era campeón, en los 30, en los 40´y en los 50´, pero cuando llegó la guita, el club empezó a penar, por aquello de que no somos un club capitalista”.
Para los que seguimos el básquetbol sabemos que el poder económico define los planteles y las aspiraciones de cada club, como Julio dijo, aunque también asoció esa pérdida de sentido de identidad de los barrios a un cambio social: “Antes nos criábamos, vivíamos y moríamos en el mismo barrio, nadie le daba el desalojo a la gente como ahora, no había grandes dramas, las familias se mantenían enteras y no había tanto hogar monoparental, el precio de las entradas era muy accesible y jugar en el barrio significaba no pagar locomoción, o mismo a las canchas cercanas se iba caminando”, menciona, agregando que a Montevideo B.B.C., Yale, o mismo “a la Calle San Martín íbamos caminando. Ahora todo se ha vuelto más tecnológico, más frío. Hoy hay gente que dice soy amigo de fulano, pero nunca lo vieron personalmente, todo por Whatsapp”.
Mientras pueda ir, iré, y el día que tenga que morir será en la cancha de Goes.
“Que me disculpen, pero yo soy más del básquet de la vieja guardia, de los conflictos, de las hinchadas bravías. ¡Ojo! Eran hinchadas bravías, pero no había un tiro, no había un muerto, todo era con los puños y ¡Ay! De aquel que le pegara a alguien en el suelo, o ¡Ay! Del que le pegara a otro de a muchos”, agregó sobre el tema, casi al final, dando las claras de un cambio en el pensamiento uruguayo en el deporte y la vida, pero aclarando que es “enemigo de la violencia y de los odios tribales”.
No podíamos terminar de otra manera que, con alguna otra historia, anécdota o locura, de las cuales acotó: “Las grandes obras las hacen los santos locos, las disfrutan los inteligentes, y para criticarlas están los imbéciles”. Dicho esto, contó que bastante tiempo atrás le gustaba volver de las canchas caminando hacia su casa, si no no podía dormir: “Yo trabajaba en el diario El Día, y mi jefe sabiendo que me gustaba ir a ver a Goes me mandó a propósito a una conferencia de prensa en Punta Gorda. Nosotros ese día jugábamos contra Olimpia, en cancha de ellos. La conferencia terminó tarde pero igual agarré un taxi y me fui hasta allá. Llegué y solo vi una pelota en el aire, Roberto Lovera se da vuelta y me dice: Sonaste Toyos. Había ganado Olimpia y lo único que vi fue una pelota en el aire. Por si fuera poco, de Colón me fui al centro caminando, cuando iba por el Palacio uno me grita: Arriba el Goes. Jamás sabré quien fue, pero le agradezco el ánimo”.