Foto: Danubio Fútbol Club
Alemania le da vida al Danubio, bien podría ser el título de un libro geográfico o de una nota deportiva, es que el río nace ahí al igual que la ilusión del hincha de ese club homónimo a más de 11.000kms de distancia que ve como un tipo con apellido teutón lo llenó de alegrías fin de semana si y fin de semana también.
Carlos Javier Grossmüller no continuará en Danubio a partir del 31/12, su contrato no será renovado y deberá buscarse un nuevo club.
Es que sí, esta historia ya la vimos muchas veces, cuatro para ser más precisos, pero siempre sabíamos que iba a volver por una más, un enganche más, un túnel más, un gol más y un “olé” bajando de la tribuna mediante lluvia de aplausos.
Pero pucha viejo, parece ser la última y por eso me encuentro escribiendo esta columna. Grossmüller, aquel que debutó siendo Grosnile, ese que se crió en Bella Italia con una franja en el pecho. Jugó y llegó a Primera División en 2002 y ya de pique se abrazó con la gloria en ese Clausura ganado con Jorge Fossati a la cabeza. Ese que aún siendo Grosnile se fue a préstamo a Fénix tras ganar el Clasificatorio 2004, fue, se forjó y volvió para ser recontra campeón con fútbol champagne. Luego vino Alemania, compartir plantel con Manuel Neuer, volver un tiempito a tirar paredes con Álvaro Recoba e irse a Italia a hacerle goles al Milan, regresar al paisito, jugar con Peñarol, Cerro, Univeristario, retornar a Danubio en uno de sus tantos regresos, tener que irse obligado a Noruega y regresar una vez más para un último baile.
Una carrera hermosa (y compleja) para un tipo tan simple y sencillo, un hombre que solo quería patear la pelota y divertirse.
En 2018 arrancó ese último baile, y empezó con tutti, previa, la música era la hinchada disfrutando, el clima era ideal y la dupla con David Terans era abuso, Pablo Peirano fue el DT en un muy buen primer semestre. Terans se marchó, Carlitos quedó solo y siguió bailando lo que le ponían, pero la música empezaba a ser fea, el equipo estuvo más de dos meses sin hacer un gol.
2019 llegaba con un cambio de DT, Marcelo Méndez lo puso en un rol protagónico y Carloncho brilló de nuevo, el final se acercaba y el estaba impecable.
Pero a mediados de ese año todo empezó a fallar, la organización del baile se borró, los parlantes empezaron a apagarse, todo era un declive, temporalmente ya eran las seis de la mañana, la cosa se ponía fea pero el seguía firme. Algunos imitamos a Walter Nelson y pensamos por dentro, “Salí de ahí, Maravilla”.
Se quedó, con ganas de seguir pateando la pelota en el momento más bravo de la historia del club del que es hincha, se bancó las puteadas, se las guardó para el, tan es así que lo afectó en el ámbito de la salud. No importa, siguió con la ilusión del pibe de barrio que algún día fue.
Llegó la hora, se sabía que podía ser así pero uno sigue ilusionado con que Danubio algún día trate bien a sus ídolos, otra vez no fue el caso, a Carlitos le apagaron las luces, entró el patovica, lo chapó del brazo y le dijo que bastaba por hoy. Ni Rock le pusieron, ni un tema de Soda Stereo, ni hacer un pogo, ni tomarse el último sorbo de un trago que ya había pagado y que merecía terminarlo bien, entero y bailando una última canción de amor.
El after lo tendrá vestido con otra camisa, con otro pantalón y en otro lugar, pero con la misma elegancia de siempre.
Un viejo refrán dice que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Créanme, nosotros, los danubianos, siempre supimos que teníamos a un distinto en Carlos y lo valoramos, es que sí, él era cada uno de nosotros adentro de la cancha, porque difícilmente un jugador simbolice tanto lo que es Danubio.