Varios dicen que cuando un jugador se transforma en ídolo de un club, es difícil llegar después como entrenador. El amor que tanto costó ganarse en la gente en base a títulos y rendimiento, puede derrumbarse y esfumarse rápidamente. El hincha tiene memoria a corto plazo en los equipos grandes y los malos resultados llevan del aplauso al insulto en cuestión de partidos.
Y muchas veces la espalda para sostener esa idolatría es bastante ancha, como la del mismo Hugo De León: tres Campeonatos Uruguayos, dos Libertadores y una Intercontinental, sumadas a la Recopa Sudamericana y la Interamericana. No puede haber mayor palmarés dentro de un mismo club como el que consiguió el riverense con el Club Nacional de Football.
Pero volvió a ocupar el banco tricolor cuando ya había colgado los botines. Ganó tres Uruguayos más, en un comienzo de siglo netamente bolsilludo en el fútbol local. La hinchada venía golpeada tras una buena época del tradicional rival y fue el mismo salvador, igual que en sus tiempos de capitán, quien los haría festejar de manera consecutiva en 2000 y 2001.
Será recordado por su porte en la defensa, con su 1,87 de estatura que imponía presencia física y futbolística a los delanteros rivales desde temprana edad. Más precisamente desde los 19 años, cuando debutó en el elenco del Parque Central y dio comienzo a una carrera que duraría 16 años, con 48 partidos en la selección incluidos entre 1979 y 1990 que lo hicieron partícipe de la obtención del Mundialito.
No rompería el idilio con la falange tricolor ni siquiera su primera partida, para también transformarse en ídolo de Gremio en Brasil, a los que también lideró a ser los reyes de América y el Mundo. Luego de Corinthians, Santos y Logroñés, el referente pegó la vuelta a Uruguay para ser el caudillo de un plantel que se consagraría como el último uruguayo en lograr el cetro continental y mundial. Tras un pasaje poco feliz por River Plate, estuvo en Botafogo y Toshiba de Japón, para retornar a retirarse como merecìa en Nacional en el año 1993.
Además de los logros que obtuvo dirigiendo a los bolsilludos, tuvo la oportunidad de dirigir a nivel internacional, en Monterrey y claro está, en Gremio, donde no corrió con la misma suerte que tuvo en su propia tierra.
Tocó el cielo con las manos, y las generaciones de hinchas mayores de 40 lo tendrán seguramente como el ídolo de la niñez. Se ganó su lugar en el olimpo del club de La Blanqueada y para muchos seguramente sea el mayor capitán de su historia.